Este evento tuvo lugar durante los primeros días de la iglesia primitiva. Los seguidores de Jesús estaban vendiendo propiedades y donaban las ganancias al ministerio para atender a cualquier persona necesitada. Nadie estaba siendo presionado para hacer esto, más bien seguían la guía del Espíritu Santo.
Hechos 4:34-5:10 No había necesitados entre ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad. …
Había cierto hombre llamado Ananías quien, junto con su esposa, Safira, vendió una propiedad; y llevó sólo una parte del dinero a los apóstoles pero afirmó que era la suma total de la venta. Con el consentimiento de su esposa, se quedó con el resto.
Entonces Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué has permitido que Satanás llenara tu corazón? Le mentiste al Espíritu Santo y te quedaste con una parte del dinero. La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!».
En cuanto Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Todos los que se enteraron de lo sucedido quedaron aterrados. Después unos muchachos se levantaron, lo envolvieron en una sábana, lo sacaron y lo enterraron.
Como tres horas más tarde, entró su esposa sin saber lo que había pasado. Pedro le preguntó: —¿Fue este todo el dinero que tú y tu esposo recibieron por la venta de su terreno? —Sí —contestó ella—, ese fue el precio.
Y Pedro le dijo: —¿Cómo pudieron ustedes dos siquiera pensar en conspirar para poner a prueba al Espíritu del Señor de esta manera? Los jóvenes que enterraron a tu esposo están justo afuera de la puerta, ellos también te sacarán cargando a ti.
Al instante, ella cayó al suelo y murió. Cuando los jóvenes entraron y vieron que estaba muerta, la sacaron y la enterraron al lado de su esposo.